Nuestro autoconcepto no debería depender de lo que digan los
demás, sino que debería formarse a partir nuestra propia opinión. Deberíamos tener
una conversación con nosotros mismos, en la que nos analizásemos a nosotros
mismos, teniendo en cuenta tanto las virtudes como los defectos que encontremos,
y después aceptarnos tal y como somos, a pesar de los fallos que normalmente
cometamos. Hay que calibrar eso razonablemente, ya que conocerse uno mismo es
una tarea laboriosa, y después observar que las decisiones que tomemos sean
acordes a nuestra forma de ser.
Nunca
deberíamos ser demasiado exigentes con nosotros mismos sino aceptar que no
somos seres perfectos. No hay que sufrir demasiado estrés cuando veamos que
fallamos en algo ni preocuparnos
excesivamente sino intentar corregirlos. Aceptar nuestras limitaciones
disminuye nuestra angustia. Nunca debería disminuir nuestra autoestima a causa
de algo que de forma no intencionada hayamos realizado mal. Lo que nos
encontremos en nuestro viaje vital puede hacernos llorar, reír o angustiarnos
pero todo debería corresponder a lo que realmente ocurra, y no a una percepción
errónea de nosotros mismos. Hay que confiar en nuestro valor para salir
adelante y reunir todas nuestras fuerzas para salir adelante y superar los
problemas. Hay que aprender a darnos oportunidades que tenemos a nuestro
alcance. Hay que pensar en cómo renunciar a todo aquello que no es conveniente
para nosotros sin llegar a dar la espalda a nuevas posibilidades que se nos
presenten. Hay que tratar de conquistar todo nuestro valor para superar los
miedos que tengamos y pisar fuerte ante las dificultades que se nos presenten.
Para entender sobre todo lo que le ocurre a uno es
imprescindible conocerse a sí mismo, y para aprender y aprovechar las
experiencias, conocerse de verdad. Así podremos caminar por la vida con
seguridad en nosotros mismos y tratando de observar las nuevas cosas que nos
enseñan en todo momento cosas de nuestra vida.